EL RETORNO DE
LA BRUJA
Alejandro Hermosilla, brujo y escritor nacido en
Cartagena hace poco más de cuarenta años, conjura en Bruja una realidad distinta, un submundo poético cargado de
símbolos y figuras con el que logra alumbrar las zonas más oscuras de nuestra
psique, de nuestras entrañas. Porque su poética es, a pesar del tono lóbrego y
de los tenebrosos asuntos que convoca, iluminadora. Es pura literatura. Una
literatura construida con ideas geniales, y nutrida con una imaginación
inagotable, febril y desbordante. Que disemina un reguero de otras tantas
lecturas, de una cultura enciclopédica y que nos lleva de palabra en palabra, de
frase en frase por los pasadizos de un laberinto sin salida. Construcción
intertextual en la que las referencias, los sampleados, los guiños y las
alusiones a otras obras codifican un universo original y abigarrado.
Sobrecargado como una pintura de El Bosco.
En Bruja
retumban los ecos de la novela gótica, pero trasmutada en una retórica
posmoderna; están Poe y su mayor seguidor, Lovecraft; reminiscencias de la obra
de Mario Bellatin, autor al que Hermosilla ha dedicado más de un trabajo; y
también se podrían hallar paralelismos con el infierno de Dante –un Dante
alucinado- y con las fantasías vertiginosas de Lewis Carroll. Escuchamos también en este poema endiablado
llamado Bruja una grito arquetípico
que reúne las voces quebradas de todas las brujas de todos los cuentos de
hadas. Recordemos que los cuentos infantiles, a pesar de haber sido
dulcificados, en su origen estaban plagados de dolor, terror y oscuridad.
Pero, a pesar de estas deudas literarias inevitables
–no olvidemos que, como dijera Vila-Matas, ‘siempre
escribimos después de otros’- Hermosilla destaca por tener una voz propia,
por encarnar una literatura original, musculosa y vibrante que consigue, al
menos eso es lo que le ha ocurrido a este humilde lector, hacernos participar
de un universo inusitado y muy peculiar. ¿No es tarea de la literatura crear
mundos nuevos? ¿Mundos de palabras por los que al entrar nos embargue la
sensación de que estamos en un espacio recién creado? O, dicho en palabras del
autor: ’Un castillo de palabras caminando
lentamente que refleje en la medida de lo posible el alma femenina.’ Eso y
muchas cosas más es Bruja.
Hay en la narrativa de Hermosilla
una construcción fragmentaria y abierta de formas, que se aproxima a la novela pero que al mismo tiempo
se distancia conformando un nuevo género. La prosa de Hermosilla es torrencial,
inagotable, envolvente y para nada apaciguadora; funciona como un mantra, casi con la anatomía
de la poesía, una espiral que te envuelve y de la que difícilmente se puede
escapar. Decía Michel Butor – recién fallecido ahora que reviso estas notas
para subirlas al blog- que la novela debía de aproximarse a la poesía. En Bruja, hay una tendencia a lo poético,
una destacada búsqueda de la belleza formal, un lenguaje barroco y preciosista,
pero en ningún momento estos ornamentos suponen un vaciamiento de contenidos o
asuntos.
La deuda de Hermosilla no está
tan solo vinculada a la literatura. Hay también un reguero de narraciones
fílmicas en este artefacto llamado Bruja. Desde la imaginería surrealista de David
Lynch, del cine de terror clásico, de una estética lisérgica, demoníaca, hasta
los films de culto de Tarkovsky o los poemas visuales de Lars Von Triers.
Bruja es un caleidoscopio de libros, de citas, de referencias, es
un libro de libros, un aleph, una antibiblia monumental y oscura que parece
escrita a la luz de una vela en la penumbrosa sala de un castillo en ruinas.
Como dijera Kafka, creo que hay
que leer libros que pinchan y muerden. Este es uno de ellos, un desafío, una
experiencia límite para los sentidos.
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